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jueves, 20 de septiembre de 2012

LA LLAMA DEL SENTIDO. Sergio Sinay.


Nuestra buena amiga Raquel ha compartido este enlace que me ha parecido muy interesante. El autor Sergio Sinay es una psicólogo y autor brillante y didáctico, sus palabras siempre nos hacen reflexionar.

Raquel nació en Córdoba, en Traslasierra, uno de esos lugares en donde la belleza del mundo se muestra sin timidez. Era muy joven cuando a su novio, apenas recibido de ingeniero, le ofrecieron un empleo en Comodoro Rivadavia. “Yo te sigo”, dijo ella. “Vos no salís de esta casa si no es casada”, opuso la madre de ella. Raquel estudiaba abogacía. No lo pensó más. Dejó la carrera, se casó y siguió a su flamante marido al lejano sur. Vivieron muchos años juntos, tuvieron hijos, se instalaron en Buenos Aires, construyeron un vínculo de compromiso, lealtad y amor. Munidos de eso pasaron por las buenas y por las malas, vieron hacerse adultos a aquellos hijos, recibieron nietos. Hace cuatro años él cruzaba la calle cuando la torpe maniobra de un colectivero terminó por derribarlo. Recibió un golpe en la cabeza que acabó con su vida tras pocos días de internación.Cuando habla de él, de su ausencia (que en este caso es una forma sutil de presencia), la voz suave y pausada de Raquel, en la que aún se adivina el acento mediterráneo, es acompañada por una mirada triste y amorosa. “Apenas ahora me estoy acostumbrando a la soledad de no tenerlo, de no verlo en su sillón favorito, leyendo y comentando las lecturas, con el perro a sus pies, como a él le gustaba”, dice. Veo a Raquel con frecuencia en la plaza Castelli, durante mis caminatas mañaneras. Ella pasea al perro de su marido, lo hace con devoción, como un diario tributo al amor que los unió. Ella y el animal acompasan sus pasos lentos, como si marcharan siguiendo una música que solo ellos escuchan. “Él se considera el mestizo más lindo de Belgrano”, dice Raquel acerca del perro. El pichicho, también él en su tercera edad, tiene razón: es un hermoso y sereno mestizo.Conocí la historia de Raquel en esas mañanas, mientras nos saludamos y mantenemos unos breves diálogos. Un día, mientras me confesaba su tristeza, le conté un episodio de la vida de Víktor Frankl, médico, psicoterapeuta, pensador, humanista ejemplar. Cierta vez enviaron a su consultorio a un prestigioso profesor alemán que había quedado viudo hacía poco tiempo. El hombre no tenía consuelo. Su depresión se ahondaba día a día. Había dejado de escribir y de dictar conferencias, se iba secando como una planta sin riego, no veía razón para vivir. Quienes lo trataban habían intentado todo, sin éxito. Y lo derivaron a Frankl. El profesor habló de la oscura noche de su alma. Frankl lo escuchó con amorosa atención y paciencia, como solía hacerlo. Y, por fin, le dijo: “Estimado profesor, comprendo su dolor y en vista de su gran sufrimiento me permito hacerle esta pregunta: ¿hubiese preferido partir usted antes que su mujer, y que fuera ella quien lo sobreviviera?”. La reacción del hombre resultó inmediata: “¡De ninguna manera, doctor Frankl, de ninguna manera! No puedo imaginarla víctima de un dolor tan grande como este, sería horrible para ella, ni lo merecía ni lo soportaría”. Frankl le dijo entonces: “¿No le parece una enorme y maravillosa prueba de amor de parte de usted haberle permitido partir primero, haberla dejado irse sabiéndose amada y sin tener que pasar por lo que usted pasa hoy? Ya que siempre uno de los dos debe irse antes, ¿no es la suya una enorme muestra de amor?”. El hombre lloró, pero con unas lágrimas que ya no eran de desconsuelo.Aquella entrevista acabó allí, no había durado más de media hora. No volvieron a verse, Frankl no lo creyó necesario. Pero un par de meses más tarde recibió una carta del profesor en la que éste le manifestaba su más sincero y total agradecimiento por el encuentro, le contaba que había retomado la escritura de un libro y estaba dando nuevamente clases y conferencias. Se inspiraba en el recuerdo de su mujer y sentía que éste daba plenitud y trascendencia a su tarea.Raquel me escuchó en silencio y esbozó una sonrisa. Nos despedimos. No hemos vuelto a hablar de ese relato, pero un par de días atrás la encontré, charlamos, y cuando nos despedíamos me dijo: “Hace días que ya no siento tanto miedo; me estoy ocupando de todas las cosas que él y yo teníamos juntos”. Y se fueron, ella y el mestizo más lindo de Belgrano, caminando pausadamente.
Toda vida tiene un sentido, decía Frankl. No hay que construirlo, hay que descubrirlo. Vivir para alguien, vivir para algo, era, en sus palabras, una manera de referirse al sentido. E insistía (por saberlo en carne propia, tras haber estado en un campo de concentración y haber perdido a sus seres más queridos en ese campo, para luego sobrevivir y transitar un existencia fecunda), que en el más hondo de los dolores se divisa a menudo la llama perenne del sentido. Como la vislumbra Raquel.

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