Read more: http://www.hellogoogle.com/posicionar_blogger_blogspot/#ixzz1O7yARjSC

Buscar este blog

domingo, 8 de julio de 2012

DISCUSIONES

Son múltiples los motivos que nos llevan a discutir, algunos de ellos son que todos queremos tener razón, queremos defendernos cuando nos sentimos amenazados, sentimos la necesidad de demostrar algo al otro, no pensamos tolerar que se nos digan o hagan ciertas cosas, no queremos aceptar ciertos comportamientos, etc…
Cuando queremos tener razón buscamos una forma de  autoafirmarnos, reforzando psicológicamente las propias ideas, poderes y/o habilidades.
Podemos también sentir la necesidad de convencer a otro de algo de lo que no estamos convencidos.
Mostrar nuestro rechazo afectivo a alguien o a algo a través de un rechazo intelectual a un argumento válido y real, es igualmente  una forma de justificar una discusión.
 Debemos estar alertas también a las descargas mediante la verbalización de las tensiones afectivas que nos han provocado angustia.
Así mismo la interpretación errónea de los sentimientos, puede traducirse en una discusión.
Otra cosa a tener en cuenta cuando nos enzarzamos en un altercado es que nuestro interlocutor no está reaccionando ante nuestras ideas u opiniones… debemos tener en cuenta de que estamos rozando las heridas de su pasado, en las que otras personas le hicieron sentir humillado y mediante la discusión la vencieron. Por eso reacciona de forma tan violenta.
Cualquier guerra empieza con la intención de conseguir un beneficio, por ello es de vital importancia conocer cual es el beneficio que perseguimos cuando iniciamos cualquier contienda, por lo que contestarnos a la pregunta ¿Qué es lo que quiero conseguir con esta discusión?, puede ayudar a comprender cuál es su origen.
Cuando se discute, al menos uno de los dos interlocutores se siente herido y presa de la ira. Ahí nacen los deseos de saciar su cólera, de herir al otro haciéndole sufrir como él sufre. Se grita, se ofende, se descalifica, se burla, se remueven heridas. Es entonces cuando el centro del combate queda focalizado en atacar y ganarle al otro. No se busca encontrar una solución.
Este mecanismo excluye cualquier opción cordial de escuchar al otro de querer entender su opinión. Quien se siente herido busca venganza… y el círculo vicioso se crea. La escucha se cierra y se siente que cualquier grado de concesión es una forma de ser derrotado. Y en una contienda nadie quiere perder.
Podemos también tener en cuenta que si el tema que nos ocupa es “opinable” o no, y con ello quiero decir si es un asunto sobre el cual no podemos decir jamás si es verdadero o falso, bueno o malo, mejor o peor. Los asuntos opinables dependen de la opinión de las personas, de sus puntos de vista personales.
Quien no piensa igual que nosotros tiene nuestros mismos derechos, y por lo tanto su opinión es digna del mismo respeto con que nosotros pretendemos que se trate la nuestra. Podemos pensar que nuestro punto de vista es mejor, más digno, más profundo o más verdadero que el del otro, pero eso no cambia las cosas. El otro puede pensar exactamente lo mismo.
¿Qué es lo que creo que voy a ganar cuando termine esta discusión?.  Si en el fragor de la batalla no somos capaces de contestar a esas preguntas, si ya hemos dejado que la ira nos haya invadido al menos seamos capaces de traer a nuestra mente imágenes de un campo de batalla durante y después de la contienda, ira en el rostro de los soldados, miedo, desesperación que dan lugar a un campo ensangrentado lleno de cuerpos inertes.
Y finalmente y como última reflexión os dejos una pequeña historia que no se si es real pero ilustra muy bien el tema:
Un niño preguntó a su papá: -Papá, ¿cómo empiezan las guerras?
El padre, por no decir que no lo sabía, contestó:
-Bueno, pues… verás. Tomemos como ejemplo la Primera Guerra Mundial. Todo empezó porque Alemania invadió Bélgica.
Aquí le interrumpió su esposa:
-Di la verdad. Empezó porque alguien mató a un príncipe.
El padre, con aire de superioridad, gritó:
-Bueno, aquí, ¿quién contesta la pregunta, tú o yo?
La esposa se lo quedó mirando y con aires de reina ofendida, salió dando un portazo que hizo temblar los cristales de toda la casa. Siguió un silencio embarazoso, después de lo cual el padre reanudó el relato. Pero el muchacho le cortó, diciendo:
-No te molestes, papá; ahora ya sé cómo empiezan las guerras.

Antònia Pulido Fernández
Colegiado nº 17381