Cuando queremos
tener razón buscamos una forma de
autoafirmarnos, reforzando psicológicamente las propias ideas, poderes
y/o habilidades.
Podemos también
sentir la necesidad de convencer a otro de algo de lo que no estamos
convencidos.
Mostrar nuestro
rechazo afectivo a alguien o a algo a través de un rechazo intelectual a un
argumento válido y real, es igualmente una forma de justificar una discusión.
Debemos
estar alertas también a las descargas mediante la verbalización de las
tensiones afectivas que nos han provocado angustia.
Así mismo la interpretación
errónea de los sentimientos, puede traducirse en una discusión.
Otra cosa a
tener en cuenta cuando nos enzarzamos en un altercado es que nuestro
interlocutor no está reaccionando ante nuestras ideas u opiniones… debemos
tener en cuenta de que estamos rozando las heridas de su pasado, en las que
otras personas le hicieron sentir humillado y mediante la discusión la
vencieron. Por eso reacciona de forma tan violenta.
Cualquier
guerra empieza con la intención de conseguir un beneficio, por ello es de
vital importancia conocer cual es el beneficio que perseguimos cuando
iniciamos cualquier contienda, por lo que contestarnos a la pregunta ¿Qué es
lo que quiero conseguir con esta discusión?, puede ayudar a comprender cuál
es su origen.
Cuando se discute, al menos uno de los dos interlocutores se siente
herido y presa de la ira. Ahí nacen los deseos de saciar su cólera, de herir
al otro haciéndole sufrir como él sufre. Se grita, se ofende, se descalifica,
se burla, se remueven heridas. Es entonces cuando el centro del combate queda
focalizado en atacar y ganarle al otro. No se busca encontrar una solución.
Este mecanismo excluye cualquier opción cordial de escuchar al otro de
querer entender su opinión. Quien se siente herido busca venganza… y el
círculo vicioso se crea. La escucha se cierra y se siente que cualquier grado
de concesión es una forma de ser derrotado. Y en una contienda nadie quiere
perder.
Podemos también tener en cuenta que si el tema que nos ocupa es
“opinable” o no, y con ello quiero decir si es un asunto sobre el cual no
podemos decir jamás si es verdadero o falso, bueno o malo, mejor o peor. Los
asuntos opinables dependen de la opinión de las personas, de sus puntos de
vista personales.
Quien no piensa igual que nosotros tiene nuestros mismos derechos, y por lo tanto su opinión es digna del mismo respeto con que nosotros pretendemos que se trate la nuestra. Podemos pensar que nuestro punto de vista es mejor, más digno, más profundo o más verdadero que el del otro, pero eso no cambia las cosas. El otro puede pensar exactamente lo mismo. |
¿Qué es lo que creo que voy a ganar cuando termine esta discusión?. Si en el fragor de la batalla no somos
capaces de contestar a esas preguntas, si ya hemos dejado que la ira nos haya
invadido al menos seamos capaces de traer a nuestra mente imágenes de un campo
de batalla durante y después de la contienda, ira en el rostro de los soldados,
miedo, desesperación que dan lugar a un campo ensangrentado lleno de cuerpos
inertes.
Y finalmente y como última reflexión os dejos una pequeña historia que no
se si es real pero ilustra muy bien el tema:
Un niño preguntó
a su papá: -Papá, ¿cómo empiezan las guerras?
El padre, por no
decir que no lo sabía, contestó:
-Bueno, pues…
verás. Tomemos como ejemplo la Primera Guerra Mundial. Todo empezó porque
Alemania invadió Bélgica.
Aquí le
interrumpió su esposa:
-Di la verdad.
Empezó porque alguien mató a un príncipe.
El padre, con
aire de superioridad, gritó:
-Bueno, aquí,
¿quién contesta la pregunta, tú o yo?
La esposa se lo
quedó mirando y con aires de reina ofendida, salió dando un portazo que hizo
temblar los cristales de toda la casa. Siguió un silencio embarazoso, después
de lo cual el padre reanudó el relato. Pero el muchacho le cortó, diciendo:
-No te molestes,
papá; ahora ya sé cómo empiezan las guerras.
Antònia Pulido
Fernández
Colegiado nº
17381