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jueves, 29 de marzo de 2012

Metas bien definidas

¿Has intentado hacer alguna vez un puzzle sin haber visto antes el paisaje que tiene que representar?

Pues lo mismo ocurre cuando uno intenta componer su vida sin conocer bien el desenlace. 

En un estudio en la universidad de harvard se constantó que menos del 3% de los alumnos de una promoción tenían su meta por escrito y claramente definida con un plan de acción. 

20 años después entrevistaron a esos mismos alumnos y descubrieron que, el 3% de esos alumnos valían más en términos financieros que el resto. Además los investigadores descubrieron que términos menos medibles como la felicidad y la satisfacción en la vida también parecían mas alcanzados en ese 3%.

Cuando uno conoce el desenlace hacia el que se dirige, le suministra a su cerebro una imagen clara y así el sistema nervioso sabe cuáles de las informaciones que recibe tiene la máxima prioridad. Mensajes claros son lo que necesita para actuar con eficacia.

Si crees que tu eres mas de lo que demuestras y quieres realmente darle esos mensajes claros a tu cerebro, harás lo que sea necesario para lograrlo.

En nuestros seminario de Empowerment Firewalk trabajamos los objetivos porque somos conscientes del poder de las metas.

Solo elige muy bien tu meta porque si la defines bien y eliminas las miedos que te impiden tomar acción, se cumplen...

¿has experimentado el poder de una meta definida?

domingo, 4 de marzo de 2012

DE REGRESO A CASA. Un reencuentro con las Fuentes naturales Del bienestar Y la salud emocional (IV )

La personalidad Tipo C y la incapacidad para resolver el pasado
A mediados de los años ochenta, un grupo de investigadores halló que un grupo considerable de pacientes diagnosticados de melanoma (cáncer de la piel) y cáncer del pulmón, mostraban algunas características comunes que predecían la aparición y mortalidad por cáncer, de forma tanto o más precisa que los indicadores tradicionales de riesgo.
Estas personas, llamadas Tipo C, eran principalmente bloqueadoras de emociones (vg. ira, tristeza, miedo, alegría), inhibidas, inasertivas, apaciguadoras y muy orientadas a satisfacer las necesidades de otras en desmedro de las propias. Ante situaciones de estrés, reaccionaban con pasividad, indefensión, depresión y aislamiento. El auto-sacrificio y la sumisión configuraban la manera principal de relacionarse con las personas de su ambiente familiar y laboral. La conclusión, actualmente aceptada y compartida por los expertos en psicología de la salud, es determinante: la inhibición, represión y negación de las emociones, y el estilo evitativo para resolver y afrontar problemas, debilita el sistema inmunológico y hace a las personas más susceptibles a contraer cáncer y enfermedades infecciosas.
En un lenguaje más coloquial, los sujetos que conforman este patrón son las típicas personas queridas y amables, pero supremamente frágiles. La actitud de servicio que muestran no es por vocación, sino por miedo. Su intención: apaciguar al otro cueste lo que cueste, para que no les haga daño. La clave del ego de la personalidad Tipo C es la necesidad de aprobación por encima de todo, así estén ellas por debajo.
Contrariamente a lo que se piensa, los grandes líderes espirituales y sociales no han sido Tipos C, y tampoco A. La bondad y el amor nada tiene que ver con la sumisión obsecuente y el temor a expresar lo que se dice. Todo lo contrario. Por ejemplo Gandhi, Jesús y Martin Luther King, abogaron por la paz y la justicia, pero no los mataron por prudentes, sino por valientes; por expresar, cada uno en su lenguaje, lo que nadie se atrevía a decir. Un personaje Tipo C posiblemente hubiera negociado con
los ingleses, los romanos o las organizaciones racistas. Jamás hubiera llegado hasta las últimas consecuencias.
Esta manera de ser responde a cuatro características principales: postergación, prudencia, sumisión y culpa. Las cuatro trabajan para la conservación de la información. Mientras unas frenan, otras almacenan. Cuatro enormes anclas que aferran la mente al pasado e impiden desagotar adecuadamente el sistema. La ausencia de cada una, nos permite andar ligeros de equipaje.
1. El peligro de la postergación
“No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, le aconsejaba Mafalda a sus amiguitos. Miguelito, luego de pensar un rato exclamó: “Lo entendí. Tenés toda la razón... ¡Mañana empiezo!”
Una de las principales condiciones de la salud mental es mantener el sistema psicológico lo más limpio posible de información incompleta o en desuso. Cuando postergamos sistemáticamente una decisión importante, sin más razones que la propia inseguridad, estamos tratando de evitar lo inevitable. La información entra en una lista de espera de “problemas por solucionar” y ahí se queda tosudamente hasta ser resuelta. La biología no olvida tan sencillamente. El material reprimido se mantiene indefinidamente en un circuito cerrado, hasta que se solucione o pierda importancia.
La historia de los pacientes Tipo C podría resumirse como una cadena interminable de postergaciones que jamás se cumplieron y que finalmente empezaron a molestar. S. P. era una joven de veinticinco años, casada, con un hijo y esperando otro, que venía dilatando hacia años un encuentro de sinceridad con su madre, una mujer de armas tomar, dura, fuerte, caprichosa y agresiva, que más bien parecía la madrastra de Blanca-Nieves. A lo largo de las citas, el problema con su mamá fue haciéndose cada vez más evidente, hasta adquirir una clara relación con la depresión que la afectaba hacía tiempo. Las maldades de la señora eran tema serio. Había organizado un crucero exactamente para el día en que el nieto iba a nacer por cesárea, no invitaba a S.P. al cumpleaños del papá inventando mentiras, confesaba en público que hubiera preferido un hijo hombre, le hablaba duro, la regañaba, se burlaba y la subestimaba. En fin, la señora no era precisamente una “pera en dulce”, ni su hija la más valiente para ponerla en su sitio. Cuando induje a mi paciente a precipitar el enfrentamiento, comenzó con las viejas estrategias de aplazamiento. Entonces decidí confrontarla: “¿Te has puesto a pensar que eres en gran parte responsable de lo que ocurre con tu madre? Yo te comprendo y pienso que en gran parte tienes razón, pero no puedo acompañarte en tu plan evitativo y seguir alimentando una relación enferma... No puedo ser tu cómplice en esto y seguir dilatando la cuestión. Llegó la hora de ponerle final a la historia. Aunque no haya sido tu intención, has aceptado pasivamente los agravios. El miedo te ha paralizado y has negociado con algo que no es negociable: tu dignidad. ¿De qué te ha servido la postergación? Llevas más de diez años acumulando rencor y tratando de apaciguar y conciliar con alguien que aparentemente no quiere hacerlo. Cada vez que desertas, ella incrementa su arsenal de agravios. Tú en retirada y ella al ataque. Es hora de que asumas el reto. Siempre y cuando seas respetuosa, no me importa cómo lo hagas, lo principal es que te quites de encima esta carga de rabias y rencores que te atormenta. Es posible que ella te deje de hablar un tiempo y se sienta escandalizada ante tu rebelión, pero ése es el costo que tendrás que pagar para empezar a respetarte a ti misma y que te respeten. No hay un día especial para ser digno. Hoy es el día”. Ella preguntó: “¿Y si ella me deja de querer?” Le contesté que si eso llegara a ocurrir, muy probablemente nunca la había querido de verdad. Y agregué: “Si fuera así, ¿no es mejor saberlo de una vez?” Al lunes siguiente recibí una llamada contándome la buena nueva de que al fin había podido hablar con su madre. La reacción de la señora había sido aceptable y S. P. se mostraba muy contenta. Recuerdo sus palabra finales: “Me gustó hacerlo... Sentí como si me drenaran una infección de años... Lástima no haberlo hecho antes”. La estrategia de la postergación es supremamente azarosa, porque como bien argumentaba Cervantes: “Por la calle del ya voy, se va a casa del nunca”.
Esa es la clave, nada sin resolver. Agotarlo todo, de ser posible, en el momento. Cuantas más cosas inconclusas dejes, más atrapado estarás en el pasado. No importa qué método utilices, cuantos más cierres hagas, más se liberará tu mente de la carga de la memoria. La postergación es la estrategia que apadrina el miedo y la pereza de los incapaces.
2. Cuando la prudencia es un problema
Hay personas tan prudentes que no respiran, y otras tan sumisas que piden permiso para hacerlo. Ambas mueren por inanición. La moderación es un atributo admirado por casi todas las culturas y requisito fundamental para garantizar la convivencia y salvaguardar la integridad psicológica de la gente, pero si se hace de ella un supervalor se comienza a transitar peligrosamente por los limites de la falsedad y el bloqueo emocional.
Cuando la autocensura se vuelve demasiado grande, sobreviene una terrible enfermedad conocida como constipación emocional. En estos casos, la emoción y los pensamientos quedan aplastados bajo el inclemente sobrepeso de una consciencia hiperactiva y fiscalizadora. La prudencia es un sistema regulador manejado por el super yo, que contiene y represa el comportamiento para evitar excesos. Desafortunadamente, a veces los desagües son insuficientes, el agua deja de fluir y comienza el proceso de estancamiento y putrefacción. En estos casos, es mejor dinamitar el muro de contención.
La prudencia es la carta de presentación de las personas Tipo C. Ellas se vanaglorian de poseer el valor de la discreción en grado superlativo. Dicen exactamente lo que los demás esperan que digan, y se comportan como se espera que lo hagan. Hacen gala de una diplomacia digna de los mejores embajadores. Conozco personas que podrían manejar las relaciones árabe-israelíes o Moscú-Estados Unidos a la perfección, pero que no son capaces de expresar amor a sus seres queridos. La diplomacia es una profesión peligrosa.
La sobriedad excesiva y la queridura generalizada despiertan en mí una especie de paranoia y desconfianza primaria. Siempre he considerado que las personas que no tienen problemas con nadie son, al menos, sospechosas de no decir lo que sienten y piensan. En una reunión social, un grupo de invitados hablaba sobre el “don de gentes”. Ellos sostenían que había personas que se hacían querer por todo el mundo, porque eran muy buenas y jamás daban motivos para que se les rechazara. Mi opinión fue otra. Si se fijan posiciones, por puras probabilidades, habrá gente que no estará de acuerdo, y si el tema es álgido (vg. política, religión, sexualidad), peor. Por más querido, amable, cordial y ecuánime que sea un sujeto, si en una reunión del Opus Dei apoya públicamente las relaciones prematrimoniales, perderá de inmediato el “don de gentes”, además de sus credenciales. Entonces, como los humanos somos susceptibles de ofendemos con facilidad, al menos en cuestiones de principios, la honestidad comunicativa creará incomodidad, así se utilice en pequeñas dosis. Si nadie habla mal de X, me acerco a X con cautela. Si una persona está de acuerdo con todo el mundo, me reservo el beneficio de la duda, por lo menos no me sentiría seguro de poner mi vida en sus manos. Cuando terminé de explicar mi punto de vista, me encontré hablando solo, con una viejecita muy simpática que me sonrió todo el tiempo y que luego me di cuenta de que era una fiel representante de los Tipo C. La sinceridad es incómoda y a veces imprudente, pero necesaria. Hay que balancear la cosa y decidir.