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viernes, 1 de julio de 2011

Aprendiendo a comunicarse Estas sugerencias sin duda mejoran el “cara a cara”, pero no son suficientes

Aunque se ha hablado mucho sobre la comunicación eficaz y productiva, pienso que nunca está de más remarcar su importancia y sus implicaciones para la vida diaria. Nos guste o no,  los humanos estamos inevitablemente entrelazados unos con otros; “enredados”, dirían los físicos cuánticos. Somos una red interconectada de pensamientos, sentimientos y acciones, y lo que hacemos, así no parezca, afecta a los demás, poco o mucho, a la larga o a la corta. Krishnamurti afirmaba: “Usted es el mundo y viceversa”. Estamos tan cerca, tan pegados al prójimo, que todas las realidades parecen convertirse en una. No obstante, estar “interconectados” no basta, hay que pasar a relacionarnos. Por desgracia, el aprendizaje social y la cultura nos empujan al mutismo y a la distorsión interpersonal. Hacemos cualquier cosa para mantener nuestra territorialidad,  como si estuviéramos defendiendo una curiosa forma de soberanía personal.
Si hay un buen intercambio, se facilitan los acuerdos  y las conciliaciones prosperan positivamente. Entonces para lograr una comunicación fluida y saludable. tendríamos que limpiar los canales de la misma. Solo a manera de ejemplo, los psicólogos  proponen guías como las siguientes:
  • Evitar las indirectas y la ambigüedad en los menajes. Ser claro, directo y asertivo: “Esto es lo que quiero decir”.
  • Verificar que la información ha sido bien recibida. Averiguar si se captó correctamente lo que queríamos decir y no otra cosa.
  • No hacer monólogos. No encerrarse en sí mismo y despreocuparse por lo que el otro piensa o siente
  • Tratar de no interrumpir. No  intervenir a destiempo y no dejar que la otra persona se exprese.
  • Escuchar atentamente lo que el otro está diciendo.
  • Hablar a una velocidad moderada
  • No preguntar cosas sin sentido u ofensivas
  • Buscar el lugar y el tiempo adecuado
Estas sugerencias sin duda mejoran el “cara a cara”, pero no son suficientes. Hay un lazo afectivo que facilita la proximidad y que trasciende las habilidades que señalé. Y no me refiero a sentirse en comunión con toda la  humanidad ni ver la chispa divina de la creación en cada sujeto, eso es para santos, sabios o iluminados. Lo que sugiero es retomar los vestigios saludables que nos quedaron de nuestros ancestros y acompañar las competencias cognitivas con las emocionales: la mirada, la sonrisa, la atención despierta, la expresión sonora o gestual, la posición del cuerpo. En fin: esa es otra manera de hablar. Un ceño fruncido dice más que media hora de explicaciones, abrir los ojos y la boca al tiempo y aspirar hacia adentro, es más diciente que un lacónico: “Estoy verdaderamente sorprendido”. Expresión facial y paralingüística al unísono, casi tan importante que el lenguaje a secas. No es que debamos entrar en alguna forma de mutismo, sino que, sin lo prosódico, sin el toque expresivo, el lenguaje se hace computacional. ¿Alguien duda que las lágrimas trasmitan información? La postura física de Ingrid tuvo más impacto que cien discursos. Para comunicar dignidad no solo se necesita la Declaración Universal de los Derechos Humanos, podemos agachar la cabeza y negarnos a hablar. Es curioso que siendo el lenguaje verbal la cima de la evolución y la base del pensamiento (no la única, pero sí la más importante) todavía sigan vigentes las demostraciones de un cuerpo que se niegan a desaparecer. Si alguien se burla y el otro se pone colorado, ¿habrá que explicar que se trata de vergüenza? Cuando un niño, que ante la cantaleta de la madre, se limita a levantar un hombro e inclinar la cabeza en señal de “importaculismo”, ¿no recordamos a Gandhi? Un guiño simpático, un golpecito en la espalda que llega en el momento justo, un apretón de manos efusivo o un abrazo suave y  prolongado que nos abarque de lado a lado, nos gratifica el alma: la amistad también es silenciosa.
Por eso prefiero hablar de “buena comunicación” y no  de “comunicación eficaz”. Se me antoja menos conductista, menos experta y mucho más humana.
No hacer monólogos. No encerrarse en sí mismo y despreocuparse por lo que el otro piensa o siente

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