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miércoles, 15 de junio de 2011

FRASES QUE HACEN DAÑO Dr. Norberto Levy



“Vos no querés curarte”; “Te resistís a crecer”; “Tenés miedo al éxito”…
¿Cuántas veces escuchamos, pensamos y hasta pronunciamos tales palabras?
La propuesta de este especialista implica un completo cambio de paradigma.


Existen una serie de conceptos que utilizamos con frecuencia para describir estados emocionales y que ya  forman parte de nuestro modo habitual de explicar lo que vemos. Es importante identificarlos porque, desde la perspectiva que presento, son errores generalizados que hacen daño.
Examinaré algunos de ellos y mostraré desde que concepciones surgen.


                                                    Dos cosmovisiones

El representante más radical del dualismo fue Mani, pensador persa (215-276 d.C.) de quien deriva el término maniqueísmo, cuya afirmación central es que la realidad está constituida por dos principios opuestos e irreductibles entre sí y que existe una lucha eterna entre el bien y el mal.
La concepción no–dual, que tiene en Plotino, filósofo griego (205-270 d.C.) a uno de sus más conspicuos representantes, afirmaba que “todo lo manifestado fluye desde el Uno, omniabarcante y omnitrascendente, origen y raíz de todo lo existente”.


Nivel Psicológico

Estas dos cosmovisiones tienen su correlato en el nivel psicológico. Para decirlo de un modo breve y sencillo, la frase que mejor refleja a la concepción dualista es: En el corazón humano hay un eterno combate entre los impulsos constructivos y los destructivos (eros y tanathos).
para la concepción no-dual: En el corazón humano hay un continuo proceso de autorregulación en curso.
Estas diferentes visiones se ponen de manifiesto en la manera en cada una explica el odio y la destructividad.
Para el dualismo la causa última del odio es la destructividad primaria que todos los seres humanos albergamos.
Para la concepción no-dual la causa última del odio es amor frustrado,  confundido y desesperado, al que se suman las conclusiones equivocadas surgidas de la inmadurez y la ignorancia.
Cuando en alguien se frustra su necesidad de un trato amoroso, y eso le ocurre de un modo prolongado, desde su dolor,  enojo e inmadurez produce conclusiones acerca de porque sucede eso. “Esto pasa porque a nadie le intereso” “nadie se interesa por nadie” “la vida es un combate permanente y destruyo o me destruyen”, etc. En la medida que su percepción de la realidad se va forjando sobre esas conclusiones va desconectándose de su propia energía  solidaria y va activando una actitud de guerrero impiadoso de la vida. Allí prima el sálvese quien pueda, el no me importan los otros, matar o morir, etc.
Y así es como se van eslabonando las experiencias que desembocan en las acciones más destructivas     
La madre Teresa de Calcuta mostraba su mano abierta y tendida y decía: “todos comenzamos así. Cuando esa actitud ha sido frustrada muchas veces, terminamos  así”, y mostraba su mano transformándose en el gesto del revólver.
Esta bella metáfora ayuda a recordar no sólo cuál es nuestra energía original si no también que aún quien ya tiene instalado en su vida el gesto del revólver, en lo profundo de sí conserva, en latencia, la actitud de la mano abierta y tendida. Puede estar muy lejos de esa parte de sí, pero es muy distinto pensar que esa parte está, aunque lejos, que pensar que no existe.
Desde la perspectiva dual surge la pregunta: ¿por qué hay tanto mal sobre la tierra? Desde la perspectiva no dual la pregunta que surge es: ¿porqué hay tantos deseos insatisfechos, porqué hay tanta confusión, porqué hay tanta ignorancia, porqué hay tanto desamparo?


                                        Errores generalizados más frecuentes


“Vos te resistís a curarte”.

René llega tarde a una sesión y ella misma dice: “Es mi resistencia a curarme”. Conversamos algunos minutos sobre esa conclusión y se puso en evidencia que era algo que había escuchado muchas veces y que ya lo había incorporado como explicación ciertade actitudes suyas. Esta evaluación se apoyaba en la creencia de que existía en ella un impulso destructivo primario que rechazaba su curación.
Le transmití lo que tengo por cierto y es que no hay fuerza más poderosa en el ser humano que la que tiende a la curación de cualquier desequilibrio.
Cuando uno ha percibido dicha fuerza en sí mismo, cuando habla desde allí y se conecta con ese nivel de funcionamiento en quien lo escucha, activa un plano mucho más profundo y  relevante de las fuerzas que en él están operando.
Desde ya que pueden existir temores o resistencias a curarse, pero son expresión de  culpas no resueltas y malentendidos que provienen de niveles más superficiales y como tales hay que ubicarlos. La relación de significación entre ambas fuerzas es equiparable a la que existe entre la luz de una linterna y la luz del sol.
Cuando uno reconoce esa “luz del sol” y su potencia dentro de uno, ese es el eje que da proporción y significado al resto de las fuerzas operantes.   
Lo principal vuelve a ser principal y lo secundario vuelve a ser  secundario.   
Cuando esto no ocurre uno queda desconectado de una de sus mayores fuentes de energía.


“A vos nada te viene bien”.

Beatriz, una alumna, se quejaba reiteradamente de su soledad, y un compañero la invita al teatro. Ella dice que no. Sus compañeros le dicen: “Te quejás de tu soledad y cuando recibís una invitación a salir, decís que no. ¡A vos nada te viene bien! ¡Saboteás lo que deseás!”
La respuesta de Beatriz es sin duda contradictoria con los deseos que expresaba y los comentarios de sus compañeros parecen correctos y casi obvios, pero en un examen más minucioso se pudo reconocer que nacían de la creencia que ellos tenían de que existía en Beatriz  un impulso destructivo primario que atacaba lo que deseaba y que eso era lo que ella  tenía que reconocer y asumir.
Si me apoyo en la cosmovisión que sostiene que el Amor es la energía última que mueve el comportamiento humano, me preguntaré: “¿Cómo será el universo interior de Beatriz para que esta respuesta que parece tan inadecuada, sea para ella la mejor posible?”
Cuando me ubico en esa perspectiva tengo la posibilidad de descubrir, como de hecho ocurrió, que ella sentía que si se abría a esta invitación se iban a activar un cúmulo de expectativas que luego no iban a ser satisfechas y que eso le iba a producir un dolor inmensamente mayor al que sentía al decir que no de entrada. De modo que en esa respuesta aparentemente incoherente había una actitud de preservación de su integridad. Cuando se reconoce esto, en un segundo paso se verá qué necesita desarrollar para regular sus expectativas, disfrutar lo disfrutable en una salida al teatro, poder absorber la cuota de riesgo de una posible decepción, y todo lo demás. Pero ella estará recibiendo una información que la conecta con su forma precaria de protegerse y no con una supuesta destructividad primaria que la deja descalificada en sus bases mismas como persona. Cuando incorpora dicha afirmación como cierta, esa descalificación perturba, entre otras cosas, su capacidad de tomar decisiones, porque ante cada una va a surgir en ella la pregunta: ¿Decido esto porque es lo mejor, o lo mejor es lo otro y estoy prefiriendo esto por mi destructividad? Esta vacilación crónica es una de las bases de la dependencia emocional, en este caso de alguien que decida por mí.  
Incluyo este ejemplo que en parte presenté en “La sabiduría de las emociones 2” por su simplicidad y porque muestra claramente cómo nuestros hábitos de pensamiento que parecen muy sensatos y que están enraizados en una cosmovisión dualista, aún desde la mejor intención, producen mucho daño en quien los recibe.


“Vos sos insaciable”

Eso quiere decir: “Vos tenés una fuerza destructiva básica que hace que no sientas la satisfacción de la saciedad y entonces nada te alcanza”.
Es importante saber que hay dos perspectivas desde donde acercarse a esta conducta.
Para poner a cada una en una frase, la primera sería: No te saciás  porque no sabés aún qué es lo que necesitás y tu insatisfacción es una valiosa señal que muestra que lo que recibiste no es lo que necesitás. Esta mirada abre puertas para seguir explorando y no descalifica.
Y la segunda: No te saciás porque sos insaciable. Esta definición descalifica y cierra las puertas de una posible solución.    


“Vos no  querés enterarte de la verdad, vos querés vivir engañado”

Puede ocurrir que yo no quiera enterarme de un hecho cierto por temor a que me duela o desorganice más de lo que yo pueda soportar. Pero desde el punto de vista de la verdad es tan verdad ese hecho del cual no quiero enterarme como mi actitud de protegerme de la desorganización. De modo que ambas son verdad en el contexto en el que existen. Y “La verdad” es precisamente la que reconoce a ambas verdades. Por lo tanto definir mi rechazo a enterarme de ese hecho en particular como expresión de mi rechazo a la verdad es una generalización y una distorsión que me hace mucho daño porque me define como “rechazador de la verdad”.
De modo que siempre es necesario especificar cuál es la verdad particular de la cual no quiero enterarme.


“Actúa así porque es un ser oscuro”

Desde la concepción no dual todos somos en esencia seres luminosos. Cuando hablamos de “luminosidad” nos estamos refiriendo a la cualidad amorosa básica de nuestro ser.
En alguno(s) esta luminosidad puede estar apagada o aletargada por conflictos sin resolver, pero es muy distinto decir de alguien que su luminosidad está apagada a decir que es un “ser oscuro”. En este último caso se le da entidad ontológica a lo que es una temporaria ausencia de luz.
Si es definido como ausencia de luz está implícito que es transformable, si le doy entidad lo convierto en una identidad irreductible.


“Vos tenés miedo a amar”

Es una frase  bastante generalizada y que se utiliza como “un caballito de batalla” para explicar los conflictos afectivos. Quien cae bajo esa afirmación, si la da por cierta, se siente un marginado de la vida que le tiene miedo a aquello que es la fuente de mayor bienestar y plenitud.  Vivir con esa conclusión acerca de uno mismo es  completamente invalidante.
En  ese sentido es necesario recordar que nadie le tiene miedo al amor. Yo puedo temer amar y no ser correspondido, yo puedo temer amar y perder a quien amo, pero queda claro que en esas situaciones a lo que le tengo miedo no es al amor sino al sufrimiento. Es importante realizar esta distinción porque el reconocimiento del temor a sufrir no es invalidante. Requiere de mí que me fortalezca, que disminuya mi dependencia emocional, que gane en autonomía, etc. para sentirme en condiciones de  absorber el dolor de una posible frustración sin desorganizarme.


“Vos le tenés miedo a la vida”

Esta afirmación, también muy frecuente, es errónea e invalidante. Al igual que la anterior, es el resultado de una descripción imprecisa del motivo de mi miedo. Yo puedo temer intentar algo y fracasar, puedo temer no ser querido o no saber afirmarme con claridad en mi punto de vista, etc. Pero esas situaciones, y todas las otras que puedo temer son facetas particulares de la vida y es necesario distinguirlas con la mayor claridad posible para que pueda acotarlas y tratar de resolverlas. Si quien me ve actuar con temor y retracción, por su propia precariedad perceptual, generaliza y engloba la causa y la convierte en “vos le tenés miedo a la vida”, lo que hace es descalificarme masivamente, y en su eventual intento de sacudirme y despertarme, lo que produce es hundirme en la desesperanza.   
Llevándolo a un nivel más general es muy importante destacar que nadie le teme a lo que es valioso para él. Y sin embargo existen numerosas frases  que expresan ese error: “A vos te asusta el éxito”,  “vos le temés a la alegría” o “a vos te da miedo la felicidad”, etc.
Puedo temer desearlo y no alcanzarlo, o alcanzarlo y perderlo, pero ese es otro temor, es el temor a no lograr o a perder lo alcanzado.
La importancia de este punto radica en que si me dicen que le temo al logro –o cualquier otro equivalente de algo valioso para mí- y lo tomo por cierto, se desorganiza mi sistema, es como si se destrozara la brújula interior que me orienta y pierdo la confianza en mis impulsos básicos. Todos tendemos hacia lo que sentimos valioso, podemos hacerlo inadecuadamente y por ese motivo no lograrlo, pero ese es un tema de los recursos con los que opero, que pueden ser revisados y enriquecidos, pero eso no afecta a mi “brújula central” que orienta mis atracciones y rechazos.      


“Vos tenés miedo a ganar”

Esta frase se escucha mucho en los ámbitos deportivos. Un jugador está a un punto de ganar su partido de tenis y comete un error no forzado. Quien relata el match dice: “es el típico miedo a ganar”.  Es otra confusión generalizada. Nadie tiene miedo a ganar. El miedo es a no ganar. Cuando el deseo de ganar es muy grande, igualmente grande es el temor a perder. Ante la inminencia de un probable triunfo se incrementa la ansiedad de no lograrlo y eso es lo que altera al jugador y lo lleva a cometer el error. Parece que fuera miedo a ganar porque se produce justo en el momento en que está por hacerlo pero la trama íntima que subyace en ese temor es el intenso y desequilibrante deseo de ganar y el miedo de que no ocurra.             


 “Actúa así porque es una persona negativa”.

Es muy frecuente caracterizar a las personas o las emociones como positivas y negativas. Se llaman negativas a la envidia, al escepticismo, al desaliento, a la desconfianza, etc. pero se las llama así porque no se comprende que esas emociones expresan la respuesta que surge frente a un contexto psicológico específico.  Si a mi me fue mal varias veces en algo, si no sé por qué me fue mal y produzco la conclusión de que yo no sirvo y que siempre me va a ir mal, de esa cadena de situaciones va a surgir mi desaliento ante una posibilidad nueva. Y no voy a poder cambiar ese desaliento hasta que no descubra que componente mío contribuyó a que me fuera mal y qué puedo hacer para transformarlo.
Cuando uno ve el panorama más completo ve que el desaliento no es el primer eslabón de la cadena que produce esta inadecuada disposición hacia lo nuevo que voy a enfrentar. Ese desaliento es la consecuencia lógica y razonable ante un escenario psicológico específico. Entonces se ve ese desaliento con más respeto y comprensión pues se reconoce que es la mejor respuesta posible ante el escenario psicológico que se está viviendo.
Por supuesto que yo puedo decir, desde el punto de vista descriptivo, que ese desaliento es negativo en el sentido de que no predispone a una relación fértil en lo nuevo que voy a enfrentar, pero es bueno que quede claro que sólo estoy describiendo una conducta y no que estoy nombrando una identidad que es “ negativa”.


“No querés crecer porque te es más cómodo seguir siendo niño”


Nadie, en lo profundo de sí, desea no crecer. 
Si la persona toma por cierto lo que le han dicho se identifica con una identidad distorsionada y debilitante.
Puede ser que esa persona actúe no queriendo crecer en el sentido de asumir responsabilidades pero es bueno recordar que si lo hace, es porque no se siente con recursos para enfrentar dichas responsabilidades
Si yo le ayudo a alguien a desarrollar los recursos va a tomar esas responsabilidades del mismo modo que el niño que ha desarrollado su sistema neurológico comienza a dar sus primeros pasos y camina. 
Una cosa es que yo le diga a alguien: “Lo que pasa es que vos no querés crecer”, a que yo le diga a ese alguien: “yo te veo actuando sin querer asumir responsabilidades, ¿qué instrumentos necesitarías desarrollar para sentirte en condiciones de asumir tales responsabilidades?
A tal punto se le ha dado una entidad ontológica a esa actitud de “no querer crecer” que se la ha denominado “el síndrome de Peter Pan”. Esto contribuye a aumentar la confusión en el sentido de describirlo como algo en sí mismo y no como la respuesta inevitable a una falta de recursos psicológicos específicos.


“Tenés un saboteador interior que arruina tus logros”

 Esa es otra forma de describir a una parte mía como enemiga del bienestar y el crecimiento. De ese modo quedo definido como un campo de batalla en el que se dirime una eterna lucha entre mi deseo de bienestar y quien lo sabotea.
Cuando se mira esta realidad desde una visión  más expandida se ve que quien está funcionando como saboteador es una fuerza que previamente no fue escuchada ni tenida en cuenta.
Por ejemplo: Una parte mía quiere estudiar y otra está cansada y desea descansar antes de hacerlo. Puede ocurrir que yo refuerce a la que desea estudiar y suprima a la que quiere descansar porque piense que si la escucho nunca voy a hacer nada. Esa parte que no fue escuchada en sus necesidades y que alberga además el dolor y el enojo por ser suprimida se manifiesta después distrayéndome mientras estudio y entonces pareciera que se avala la conclusión de que tengo un saboteador interno que no me deja estudiar y avanzar en mi carrera.
Si aprendo a escuchar a la parte que quería descansar, si le doy espacio y reconocimiento para que se exprese y formule su propuesta, tal vez se de un diálogo así:
Aspecto que quiere descansarAhora no puedo estudiar y necesito dormir dos horas porque estoy muy cansado.
Aspecto que quiere estudiarEntiendo tu cansancio, vamos a dormir ese rato y luego estudiamos. ¿Estás de acuerdo?
Asp. que quiere descansarHagamos eso. Estoy de acuerdo.


Este diálogo parece casi elemental y obvio, sin embargo no es frecuente que se le de un espacio y un respeto equivalente a ambas voces.
Aquí se han escuchado, han oído sus propuestas y alcanzaron un acuerdo que ambas partes suscriben. Así es como se construye un espacio interior en el que prima la interconsulta y la solidaridad. Cuando eso ocurre uno accede a la vivencia de integridad que sólo se manifiesta cuando  produzco acciones que todos mis aspectos suscriben.
En la otra secuencia, el maltrato generado por mi inmadurez emocional más una conclusión equivocada  habían convertido a una parte mía cansada, en un saboteador interno.


“Actúa así porque es un mal nacido. Es mala semilla”.

Estas afirmaciones son otro claro ejemplo de llevar a un extremo la visión dualista y definir a algunas personas como expresión de la destructividad misma, portadores de “maldad heredada”, desprovistas de todo amor.
Es cierto que algunas personas tienen una constitución que les permite procesar mejor las experiencias de privación y maltrato sin perder contacto con su energía amorosa. Entre los innumerables ejemplos de esta modalidad podemos recordar, a modo de homenaje, a Victor Frankl, quien, habiendo padecido durante años los tormentos del campo de concentración, logró sobrevivir, aprender de sus dolores y volcarlos en el desarrollo de la valiosísima corriente psicológica que creó: La logoterapia.
Sin duda que hay diferentes umbrales de tolerancia a la frustración sin perder contacto con la organización amorosa. En algunos es muy alto, como en Victor Frankl, y en otros es mucho más bajo. Pero es muy distinto ubicar el umbral de cada uno y ver donde está en esa escala, que afirmar que hay personas que nacen con una ”maldad heredada”, desprovistas de  energía amorosa y que ellas son la “mala semilla” “mal nacida”.
El conocimiento más profundo de los procesos biológicos agrega un valioso aporte a la comprensión del tema que estamos presentando. James Watson, premio Nobel de Medicina por su trabajo sobre la estructura del ADN declaró: “La biología ha puesto en claro que la causa de mucha de la agonía humana se debe a errores del ADN, no a maldad heredada”.    



Síntesis

A modo de síntesis podemos decir que además de la cosmovisión dualista de la que hemos hablado, hay otros dos factores que contribuyen a producir estos errores: uno es el mecanismo de la generalización, por el cual se transforma a una parte mía en mi identidad. Un ejemplo de esta actitud se observa cuando se pasa de “eso que has hecho me parece desconsiderado” al  “vos sos desconsiderado”.
Y el otro factor que está presente es la imprecisión en lo que intento definir. Esto es lo que ocurre cuando afirmo, por ejemplo: “Vos le tenés miedo al amor” cuando en realidad la descripción más adecuada sería: “Vos le temés al sufrimiento que puede producirte este amor”.   
Estos tres componentes se entremezclan y producen estas reflexiones habituales acerca de lo que nos pasa, que dañan a quien las recibe.

No estamos familiarizados aún con la actitud de explicar las conductas destructivas humanas como distorsiones de su energía amorosa original. Cuando nos instalamos en esa perspectiva y nos disponemos a encontrar el amor allí donde parece que el amor no está, contribuimos a reabrir el canal que conecta a la persona con su estructura amorosa básica, la cual es condición imprescindible para la recuperación de su salud y bienestar.

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